Llega la Navidad.
Obvio, no creo que este hecho se le haya escapado a nadie a estas alturas. Estuve intentando pensar una entrada especial acorde con las fechas pero aún no he conseguido nada especial, ocurrente o al menos gracioso. Aun y todo me resisto a no escribir sobre ello:
Obvio, no creo que este hecho se le haya escapado a nadie a estas alturas. Estuve intentando pensar una entrada especial acorde con las fechas pero aún no he conseguido nada especial, ocurrente o al menos gracioso. Aun y todo me resisto a no escribir sobre ello:
De la estela navideña, regresan en el horizonte, las cenas familiares y toda una serie de accesorios y complementos varios para llamar nuestra atención (o la de nuestro bolsillo). Estas fechas se visten de vistosas luces, anuncios publicitarios emotivos y pegadizos, villancicos y buenos propósitos. Y (aquí es donde quería llegar yo con el título) como cada año (no falla), como cada diciembre, una servidora, se pone en “modo madalena” y se emociona con todo alrededor. Y juro que cuando digo todo es todo, desde el ambiente navideño del mercadillo de la plaza de la catedral hasta la función del colegio de Piratilla1.
Se me caen las lagrimillas cuando recibo una felicitación por vía postal, con sobre y sello, como antaño. Cuando recuerdo a mis seres queridos que ya no nos acompañan, cuando veo el anuncio de la lotería nacional, cuando decoro la casa o cuando paseamos con los niños para ver las luces navideñas de la ciudad. Durante las campanadas o la noche de Reyes (que aún me sigue pareciendo mágica a estas alturas de mi vida), verles abrir sus regalos, una música, un gesto, una frase reclamo publicitario especial para estas fechas desata mis emociones exponencialmente y durante las siguientes semanas me dedicaré a esconderme cada vez que se me escapa una lágrima.
Valiente contrasentido el mío, puesto que las fiestas de Navidad me dan pereza (me pasa como con los chales de lana y las perlas, me estoy haciendo mayor y algo asocial). Si bien hace años me encantaban, ahora me encuentro inmersa en sentimientos contradictorios. Por un lado, la alegría delos piratillas ha hecho que estas fechas recuperen la luz que pudieron tener años atrás. No obstante, supongo que a pesar de todo no podré recuperar la magia que sentía de niña.
No sé a qué es debido ni por qué de estas sensaciones, noña que es una, y de lagrimón fácil (debo ser dada al drama), pero llega diciembre y así es como me siento.
Posdata: queda pendiente la entrada sobre mis reflexiones de fin de año, repaso de doce meses.
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