Ayer charlaba un microratito con mi mi "másantiguaamiga" sobre la vida y el amor (es decir de todo un poco y más aún) y surgió el tema del temporal y el frío. Me dijo: - "Llevo un chal de lana, como los de las abuelas". A lo que le contesté: - " ¡un chal de lana! qué chulo. Y pensé (que también le dije, por supuesto): - me gustan los chales de lana y las perlas. Debo estar haciéndome vieja.
Sí, me gustan los chales de lana y las perlas.
A mí.
Yo que era la de los cambios sin venir a cuento en la peluquería, la que no tenía un estilo definido en el vestir e iba dando tumbos según le viniera en gana o en la situación en la que se encontraba. La de los complementos en plata, que las joyas son para mujeres mayores, la de los vaqueros, la de los trajes no me gustan que son demasiado serios...
Me he convertido en una mujer, de mediana edad, dícese de "taitantos", madre y esposa, ¡clásica!. ¿Será la edad o será esta ciudad de espíritu tan tradicional, tan clásica como me estoy volviendo yo? Creo que si cerrara los ojos vería a mi madre prediciendo que llegaría este momento.
Si me paro a pensar, juraría que mi último acto de rebeldía ha sido llevar las sandalias durante todo el verano y "más allá", las chanclas "forever", hasta que el termómetro ha dicho basta, no seas loca muchacha. Incluso los días de lluvia. Porque en mi pueblo, costero y surfero, se llevan, aunque llueva.
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